“Sin Tucumán, el camino hacia la independencia se habría cerrado antes de empezar”. (Tulio Halperín Donghi)

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Hace unos días visitó la ciudad una delegación de profesionales porteños, casi todos abogados. Tras descubrir los entretelones de la relación Julio Argentino Roca-Lola Mora, al pie de la magnífica Libertad, completaron un tour por el microcentro y sellaron la recorrida -cómo no- en la Casa Histórica. El almuerzo los reunió a pura empanada, humita y pingüinos en la peña El Cardón. Era tal el entusiasmo que el calor no los privó de animarse a un locrazo. Lo llamativo de este episodio cultural-gastronómico fue comprobar, una vez más, hasta qué punto la batalla de 1812 y el rol de Manuel Belgrano siguen siendo secundarios en el imaginario nacional. Más de uno confesó -en privado, claro- su desconocimiento, al punto de considerar más trascendente el Combate de San Lorenzo que la gesta de Tucumán. Así se explican y se entienden muchas cosas. Por ejemplo, por qué es San Martín el Padre de la Patria y no Belgrano.

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Lo que no implica un absurdo San Martín versus Belgrano, que a fin de cuentas sería uno más en nuestra riquísima e improductiva lista de antinomias nacionales. Sí destaca que, para el gran público, Belgrano parece condenado a ser el creador de la bandera y no el ganador de la más importante de las batallas, la de mayor envergadura librada durante el proceso independentista en el territorio de lo que hoy llamamos Argentina.

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Natalicio de José de San Martín: un repaso por la infancia del Padre de la Patria

El debate no es nuevo, pero cobra fuerza en cada efeméride, como la que nos preparamos para celebrar la semana próxima. También en cada revisión historiográfica. Lo indudable es que tanto Belgrano como San Martín fueron hombres de acción, visionarios en sus proyectos y profundamente comprometidos con la causa emancipadora. No obstante, la memoria oficial privilegió a uno por sobre el otro.

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Halperín Donghi destaca que el 24 de septiembre de 1812 Belgrano mostró un temple político y militar inesperado en un hombre más conocido como jurista y economista que como conductor de un ejército. “El triunfo de Tucumán otorgó aire a la revolución y consolidó la idea de que era posible vencer al poder colonial”, escribió el historiador. Esa victoria, sumada a la de Salta en 1813, le dio a Belgrano un lugar indiscutible en el panteón de los próceres. La posteridad terminó relegándolo frente a San Martín, asociado a una epopeya de alcance continental como el cruce de los Andes y las campañas libertadoras de Chile y de Perú. Claro que en esto tuvo mucho que ver Bartolomé Mitre, primer gran narrador de la historia oficial argentina.

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En su “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana” (1887), Mitre presentó al Libertador como el héroe máximo, depositario de virtudes militares y morales inigualables. En paralelo reconoció los méritos de Belgrano, pero lo encuadró más en la figura del patriota sensible y abnegado, sin la grandeza estratégica de San Martín. Ese relato mitrista, repetido durante generaciones en manuales escolares, terminó por fijar jerarquías: San Martín era el “Padre de la Patria”; Belgrano, el “creador de la bandera”.

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Manuel Belgrano, en la mirada de Juana Manso

Felipe Pigna apunta que la cuestión no es de méritos absolutos sino de construcción simbólica. “San Martín representaba la figura del libertador continental, un militar profesional que soñaba con una América emancipada y unida. Belgrano, en cambio, fue un civil convertido en General, un hombre que improvisó en la guerra, aunque con enorme dignidad”. Según Pigna, el problema radica en que la historia oficial necesitaba un héroe épico, casi sobrehumano, y ese molde calzó mejor en San Martín. “Belgrano fue más humano, más cercano, pero la historia lo convirtió en una figura secundaria. Y eso es injusto, porque sin Tucumán no hubiera habido cruce de los Andes”, enfatiza.

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Otro prestigioso historiador, Miguel Ángel De Marco, subraya: “Tucumán fue un parteaguas”. En su visión, la batalla permitió sostener una revolución que lucía frágil y de incierto destino. “Belgrano tomó una decisión política y militar de enorme coraje al desobedecer a Buenos Aires -sostiene-. Si hubiera seguido las órdenes, el ejército se habría disuelto y la revolución, posiblemente, sofocado. Tucumán es el origen de la independencia; San Martín, en cambio, le dio proyección continental”.

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Más allá de los méritos militares, la pregunta de por qué uno fue exaltado por sobre el otro se responde también desde la política. José Carlos Chiaramonte analiza que el Estado argentino en formación necesitaba un héroe que simbolizara la unidad nacional por encima de las facciones. “San Martín, con su retiro en silencio y su ausencia en las guerras civiles, era más funcional a esa idea -indica-. Belgrano, en cambio, estuvo demasiado ligado a las tensiones del Río de la Plata, a los conflictos con Buenos Aires y con las provincias”. El relato sanmartiniano, con su imagen de héroe inmaculado, servía para enseñar valores de sacrificio, austeridad y patriotismo, mientras que Belgrano encarnaba una figura más compleja, atravesada por derrotas y contradicciones.

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Injusticia

Norberto Galasso, reconocido por su mirada revisionista, afirma que la historia oficial cometió una injusticia con Belgrano. “Fue el primer revolucionario integral. Pensó un proyecto económico, educativo y social para el país. No era solo un militar, era un hombre que pensaba la nación. San Martín lo admiraba profundamente, pero la posteridad redujo a Belgrano al creador de la bandera. Eso es mutilar su legado”, afirma. Galasso recuerda además la precariedad en que murió Belgrano, pobre y olvidado, lo cual contrasta con la monumentalidad de la memoria sanmartiniana. “El modo en que tratamos a Belgrano en vida y en la muerte dice mucho de la Argentina”, resume.

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En este debate, la posición de Luis Alberto Romero es digna de destacarse. “La figura del Padre de la Patria podría haberse repartido entre los dos, porque ambos encarnan momentos clave de la independencia. Tucumán y el cruce de los Andes son dos caras de la misma gesta”, sostiene el historiador. No obstante, Romero explica que los países suelen construir un héroe central para no dispersar el relato: “Francia tiene a Napoleón, Estados Unidos a Washington, y Argentina eligió a San Martín. Pero eso no debería opacar el papel decisivo de Belgrano”.

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Tal vez el problema no sea elegir entre uno u otro, sino reconocer que ambos fueron padres fundadores de la nación. Uno la sostuvo en su nacimiento; el otro la proyectó hacia el futuro. Esto conduce a una mirada plural de la historia y, a modo de cierre, a un pensador imprescindible como Halperín Donghi: “la patria no tiene un solo padre: tiene muchos, y todos merecen memoria”.